LLEGÓ El OTOÑO ….
Nuestra vida ocupa en el tiempo del universo
un espacio tan pequeño que no existen números decimales
comprensibles -en nuestra mente- para expresarlo en forma
cuantitativa. Sólo se puede decir, que somos pequeñísimas
milésimas de segundos dentro de la historia del universo. Es muy
breve, no nos damos cuenta cómo transcurren los días, las semanas,
los meses y las estaciones del año. Somos pasajeros del tren de la
vida que, muchas veces, bajamos las cortinas y no vemos el exterior,
u otras veces, nos adormilamos y evadimos. Pienso en esto, por
cuanto, el fin de semana pasado, encontrándome sentado en la banca
de jardín de mi casa en Algarrobo, contemplando la belleza de un
cielo azul completamente limpio, sin contaminación alguna, sintiendo
el alegre canto de los pájaros revoloteando felices, viendo los ojos
de una colorida y hermosa lagartija que me observa y luego, y se
escondía rápidamente entre un centenar de hojas de multicolores
tonos que nos regala el otoño, recién ahí, caí en cuenta que
estaba en presencia de la llegada del otoño.
Por los afanes de la vida y no darnos tiempo
para observar la naturaleza, sin regalarnos instantes para disfrutar
de los silencios en nuestro interior, pensar, recordar, dejarnos
llevar como una hoja por el viento, no me había dado cuenta de lo
que el otoño invita y significa. Recordé un excelente artículo
escrito años atrás por el conocido profesor de literatura y poeta
chileno, Cristián Warnken. Lo busqué en mi baúl de mis tesoros, y
ahora lo quiero compartir con ustedes.
En mi caso, ya en los 71 años, me encuentro
en el otoño de la vida. El color del pelo negro hoy es blanco
plateado y escaso. Mis ojos y rostro tienen las marcas de las arrugas
de los años vividos. El cuerpo no tiene la agilidad de la juventud
del verano. Es un lento apagarse para descansar e invernar, para
volver a disfrutar la vida con la primavera. Ya no somos los de
antes. El cuerpo se va cansando, pide tregua, sosiego, pero los
anhelos, los sueños de juventud siguen vivos con igual pasión, y
quizás, mayor intensidad al ver que el tiempo se nos acorta.
Queremos hacer o lograr lo que no pudimos o no hemos terminado. Algo
hice y algo avanzo, no estoy paralizado. Me acompaña una gran
satisfacción de logros en esta etapa de la vida dorada. Son mucho
más los recuerdos felices que algunos oscuros días de dolor,
tristeza y desamparo. He sido feliz y con ese recuerdo espero la
llegada del invierno. Siento, que lo he sido y soy, está expresado
en mi caminar testimonial siendo fiel a buscar utilizar al servicio
de los demás los talentos que Dios me ha dado y el sentido que le he
dado a mi vida. Henry Van Dyke (1852-1933) norteamericano, escritor,
poeta y pastor de la iglesia presbiteriana, autor de la obra “La
historia del otro Rey Mago”, escribió “La felicidad es interior,
no exterior; por lo tanto, no depende de lo que tenemos, sino de lo
que somos”.
MANIFIESTO DE OTOÑO
Cristián Warnken Lihn (Chile.
Santiago, 1961)
Profesor de literatura,
comunicador, poeta
Entrevistador y conductor de
televisión.
Le pido a una vecina que, por
favor, no barra las hojas de otoño que se han acumulado estos días
en nuestra vereda común. Me mira extrañada. Sonríe. Comprendo que
sea difícil entender a un vecino que defienda el derecho de las
hojas de los liquidámbares y los “ginkgo biloba” a permanecer
ahí, para ser contempladas, para ser pisadas (algunas crujen), para
jugar con ellas. Las hojas del otoño en nuestra ciudad desafían
nuestros intentos de tener todo bajo control. Innumerables hojas
amarillas, rojas, castaño, caen y caen sin tregua, como diciéndonos:
“Todo cae, pero caer es hermoso. Eres también una hoja de tu
propio otoño, batida por el viento, déjate caer”.
Somos pasajeros. Destellos en la
noche. Pensamos que aceptar eso con resignación significa asumir una
humillante derrota, la derrota ante la finitud y la muerte. Pero el
mismo otoño —gran maestro de las estaciones— se encarga de
enseñarnos que envejecer y declinar es bello. El otoño no se hace
implantes ni liposucciones a sí mismo. No busca prolongar
artificialmente la primavera, esplende con el máximo de intensidad
en el momento mismo de eclipsarse, igual que las estrellas que,
cuando colapsan, estallan en un espectáculo pirotécnico de adiós.
El cielo se ha encargado de hacer del ocaso una fiesta y no un
funeral. ¡No barramos las hojas de este otoño, dejémoslas el
máximo tiempo posible acompañarnos en nuestro fugaz paso por esta
tierra! Si los niños no pisan las hojas de otoño desde temprano,
¿qué tipo de adultos serán mañana?
La mayor parte de nuestras
neurosis, frustraciones, rabias y falta de sabiduría para vivir
nacen en que nadie nos ha enseñado a envejecer y a morir. Salvo el
otoño. Pero para mirar y aprender de las alfombras de hojas, hay que
tener tiempo. ¿Y quién tiene hoy tiempo? No tenemos ni tiempo para
detenernos para entender que nosotros mismos somos el mismo tiempo
que se nos va. En estos días vertiginosos, en que malgastamos la
poca vida que nos fue dada en tacos interminables, en correr de
asunto en asunto, de “evento” en “evento” como sombras, y en
que hemos dejado de vivenciar la vida como el mayor acontecimiento de
todos, es bueno arrimarse a un árbol de otoño. Permanecer junto a
él lo más que podamos y decir como Fausto, embelesado y redimido
ante Helena: “El espíritu no mira ni hacia delante ni hacia atrás.
Tan sólo el presente es nuestra felicidad”. Es interesante que el
arquetipo del nihilista, el Fausto que no sabe gozar del presente
—salvo en este diálogo con Helena y en la escena final de la obra—
y es devorado por sus deseos insaciables y el futuro, encarne por un
momento lo que el mismo Goethe llamó “la salud del momento”.
Mientras miro embelesado caer las
hojas de los árboles de este otoño, compadezco a los que veo correr
desaforadamente tras un éxito ilusorio y vano. ¿Qué Presidente de
la República, político, empresario o estrella de rock tiene tiempo
para perder deambulando entre las hojas, con amigos y no con asesores
o guardias personales? ¿Cuántos de nosotros mismos no estamos
secuestrados por nuestros propios éxitos? Pregúntate dónde está
“tu” otoño, cuántas hojas contaste en la vereda de tu calle, y
serás mejor gobernante, mejor empresario, mejor artista, mejor
hombre. No es en las encuestas, en los focus groups, en los
indicadores económicos, en los gráficos de fastidiosos y monótonos
power-points donde están las respuestas. La respuesta, como dijo Bob
Dylan —que está cantando mejor que nunca a sus 70 años—, “está
temblando en el viento”. No es cierto que para ser un mejor país
necesitamos sólo más “emprendedores”—como se repite tanto
hoy—. Lo que el mundo necesita hoy con urgencia son más
contemplativos, más sabios, más habitantes del instante, más
guardianes del otoño. Por eso, querida vecina, no barra esas hojas,
que no son hojas sino espejos, letras de un alfabeto inmemorial que
de nuevo debemos aprender a leer, para volver a ser.
Fuente: Diario El Mercurio de
Santiago (Chile). Mayo 10, 2012
Un excelente articulo que nos invita a reflexionar en tiempos que todas corremos y nunca nos regalamos un tiempo para nosotras. Sigan publicando este tipo de artículos. Por ejemplo sobre la primavera, que es tiempo de rebrote, de una nueva oportunidad para intentar vivir más en plenitud
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