Si la codicia es fea cosa, peor es la rapacidad
por Agustín Squella Narducci (*)
Columnista Diario El Mercurio,
Llamamos
virtudes a los hábitos de bien y vicios a los de mal. Vicios y virtudes se
adquieren por repetición de actos virtuosos o viciosos. No basta con que
alguien fume una que otra vez para que podamos decir que tiene el vicio de
fumar; tampoco basta con que un individuo lleve a cabo un solo acto de justicia
para que podamos decir que es justo. Vicios y virtudes precisan de cierta
constancia, de perseverar en un tipo de conducta que consideramos negativa en
el caso de los primeros y positiva en el de las segundas. Ni vicios ni virtudes
son golondrinas que hagan verano. Los vicios y virtudes de nuestro carácter se
forman por bandadas de golondrinas.
La ambición puede ser considerada como virtud y la
codicia como vicio. La ambición es el fervor que ponemos para conseguir las
cosas buenas que nos interesan, mientras que la codicia consiste en el impulso
irrefrenable por ganar y acumular dinero en una cantidad muchísimo mayor a la
que podamos necesitar hoy e incluso hasta varias generaciones de nuestros
descendientes. Virtuosa la ambición, porque sin ella nadie se movería para
alcanzar metas de satisfacción personal y posible beneficio social, y viciosa
la codicia por cuanto la búsqueda frenética y la desesperada acumulación de
riqueza como meta principal de la vida transforma a las personas en esclavas de
ese deseo y las hace jugar al borde de las reglas, cuando no transgredirlas
abiertamente. Todos sabemos que, además de las de carácter legal, hay también
pautas éticas que, según la actividad de que se trate, no deberían ser
sobrepasadas. Un médico, un abogado, un juez, un periodista, un empresario, un
político, todos ellos saben que hay normas jurídicas que observar, y cuentan
también con que hay pautas éticas que no deben transgredir. Buena parte del
prestigio de esas ocupaciones depende del cumplimiento de uno y otro tipo de
reglas, y ya va siendo hora de que a las infracciones de tipo jurídico las
llamemos delitos y no errores, y que, asimismo, empecemos a llamar faltas a la
ética a aquellas que los infractores de esta última se empecinan en presentar
solo como desprolijidades.
La codicia es fea cosa, y peor cuando en su nombre
alguien se carga reglas jurídicas o morales. La codicia es ávida, ávida de
dinero, y toda manifestación de avidez, incontrolable para el que la lleva a
cabo, resulta muy inconfortable para los que la presencian y ni qué decir para
aquellos que la padecen. Piense usted en alguien que come con avidez: se
atropella, se atora, no habla, ni siquiera levanta la vista hacia ninguno de
los demás comensales. Toda su satisfacción parece no hallarse en el gusto por
lo que ingiere, sino en la cantidad de lo que se lleva a la boca y la rapidez
con que pasa de una cucharada a la siguiente. Vaya usted a uno de esos
restaurantes de tenedor libre y verá circulando una buena cantidad de
individuos ávidos por comer y satisfechos porque lo están haciendo por poco
dinero.
Pero ojo: la codicia no es lo mismo que la avaricia.
El avaro conserva con obstinación, mientras que el codicioso incrementa con
similar empeño. El avaro mantiene con llave el cofre de sus riquezas y observa
hechizado su interior por el ojo de la cerradura, mientras que el codicioso lo
abre a cada instante para meter más y más cosas en él. Nadie niega que un
codicioso pueda ser también avaro. Doble falta, diríamos en tal caso, igual que
en el tenis, y resulta difícil saber cuál de las dos es peor.
Todos necesitamos pagar el dividendo, es decir,
incurrir en gastos para los que requerimos producir ingresos. Más allá de eso,
todos queremos darnos algunos gustos y tenemos que reunir el dinero para ello.
Hasta ahí todo bien. Pero hay que empezar a preocuparse cuando alguien, una
persona o una organización, sobre todo si actúan en el terreno político o
religioso, transforman al dinero en una obsesión compulsiva. Tratándose de la
política, se supone que es una actividad que tiene que ver con el bien general
y no con los negocios y las ventajas propias, mientras que en el caso de la
religión la sobriedad tendría que ser parte inseparable de ella.
Si la
codicia es fea cosa, peor es la rapacidad. Esta es ya codicia llevada al
extremo del descontrol y perjuicio de los demás. De manera que si alguien se
echó en brazos de la codicia, debería tener cuidado de no terminar acostándose
con la aún más fea rapacidad.
Fuente: Edición diario El Mercurio de Santiago, 24.03.2017
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REFRÁN: AL QUE LE VENGA EL SACO QUE SE LO PONGA
ResponderEliminarSignificado del refrán: Si se hace una acusación sin señalar a ninguna persona, la persona culpable reaccionara de alguna forma. Este refrán se usa para decir que alguien hizo “algo” sin decir quien, pero solo el que lo hizo sabrá que es para el.
Una situación que ha invadido a todas las actividades, incluso en Algarrobo hemos ido perdiendo el borde costero y la identidad de una ciudad balneario tranquilo, por negligencia en defender el bien comun ante inversionistas con algo de lo que comenta el academico Squella
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