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Carta a Ricardo Lagos
Por Cristián Warnken
Lihn.
Profesor de
literatura, comunicador y poeta chileno.
Columna diario “El
Mercurio”. 13 abril 2017
“Hoy abundan los discursos, y
faltan coraje y dignidad. Y eso fue lo que usted nos regaló ese lunes de otoño.
Sí, tal vez viene un largo invierno, pero la primavera comienza cuando un líder
suelta y dice -como usted dijo-: "amigos, la vida continúa". Ya no fue
necesario apuntar el dedo: solo bastó su mirada, por la que me sentí
interpelado”.
Soy un
ciudadano que, como la mayoría de los ciudadanos, más que protagonizar la
historia política de Chile, la ha padecido. Si cierro los ojos, veo -como en un
sueño- unas banderas ondeando entre la multitud, cuando era muy niño, el año
73: después el sonido de los aviones y helicópteros apagando ese fervor y
trayendo el miedo. Y luego largos, interminables años grises marcados por el
sonsonete monocorde y ramplón del dictador.
De pronto
aparece usted, una noche, en televisión apuntándolo con un dedo, despertándonos
a todos de un largo letargo y de la resignación. Otra vez el fervor, la épica,
la calle, las banderas... y luego, la desilusión, la desconfianza, el
desencanto. El país donde estamos ahora.
Cuando se derrumban la épica y la ética en política,
uno se siente náufrago y también huérfano. Huérfano de utopías que se
desmoronaron en cámara rápida o que se transformaron solo en retórica, en
"palabras vacías". No es fácil perder la fe, pero lo más insoportable
ha sido ir perdiendo la esperanza. Nos decíamos "de izquierda". Pero
¿qué queda en pie de esa izquierda que nos daba identidad y pertenencia? Muy
poco o nada. El capital moral de la izquierda, en Latinoamérica, fue dilapidado
por sus líderes que, una vez que llegaron al poder, no dudaron en enriquecerse
con dineros mal habidos. Y si no se aferraron al dinero, algunos de ellos se
aferraron al poder, eternizándose en sus cargos o heredándoselos a sus hermanos
o esposas. Usted no buscó ni lo uno ni lo otro.
Al escuchar
su discurso de despedida, en el que anunciaba su retiro de la carrera
presidencial, me di cuenta de que ya no era el Lagos impetuoso que había
abierto con un gesto el fin de la dictadura, sino un Lagos más sereno, más
sobrio que cerraba la transición con una renuncia. Qué impecabilidad y qué
sobriedad: solo 6 minutos para decir lo necesario. ¡Qué soledad la suya! Sentí
que en algún punto su soledad se tocaba con la de nosotros, los ciudadanos
huérfanos. No pude dejar de recordar la soledad de Allende en un palacio en
llamas. Pero ahora no era un incendio, sino un derrumbe: el de la política. Y
confieso que me emocionó verlo a usted de pie, sobre esas ruinas, dando una
clase magistral de grandeza a toda esa legión de políticos menores, sus
"compañeros", que lo humillaron innecesariamente en una votación
cobarde y secreta.
Cuando
usted señaló con el dedo al dictador, muchos de ellos corrieron detrás de usted
aclamándolo y pidiéndole que fuera presidente y usted dijo "no es mi
tiempo". Esos mismos ahora lo acusaron de "soberbia" porque ya
no les servía y no marcaba en esas encuestas que ellos transformaron en sus
nuevos credos, pues se quedaron sin ideales ni ideas. Ellos no soportan la
grandeza. El partido de ellos es el partido del Resentimiento, partido al que
usted nunca perteneció. Una izquierda solo movida por el resentimiento y
aferrada al poder no es una izquierda por la que valga la pena dar la vida.
Sí, es
verdad, usted no es un caudillo. Los caudillos han devastado Latinoamérica.
Usted es un estadista, una rareza en los tiempos de la política-espectáculo o
de la política-negocio. Me faltaba verlo en la derrota, que es donde se
reconocen los grandes líderes. El círculo de esta larga historia se me cierra.
Gracias a la lección que nos ha dado, ya no creo que haya que dar por muerta la
esperanza. Pero mi esperanza no la deposito ahora en los grandes discursos,
sino en los gestos como el suyo, al haber entrado y salido con dignidad de esta
contienda, sin calculadora en el bolsillo.
Hoy abundan
los discursos, y faltan coraje y dignidad. Y eso fue lo que usted nos regaló
ese lunes de otoño. Sí, tal vez viene un largo invierno, pero la primavera
comienza cuando un líder suelta y dice -como usted dijo-: "amigos, la vida
continúa". Ya no fue necesario apuntar el dedo: solo bastó su mirada, por
la que me sentí interpelado. No sé a qué, pero a algo nuevo, que todavía no
comienza. Cuando se abran de verdad las grandes alamedas.
Fuente: Diario El Mercurio. Jueves 13.04.2017. Para ver
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Brillante Warnken !! R.Lagos merece ese reconocimiento y mucho mas. Fue un ESTADISTA de verdad. Muy mal los socialistas que con la calculadora y sin convicciòn apoyaron al advenedizo Guillier. La historia, los valores y el testimonio NO se transan. Sòlo se, como demòcrata que soy - y no Laguista- que la historia le tiene reservado SU lugar. Si, la vida continùa...Gracias por haber servido a la Patria en los momentos mas difìciles de nuestra historia.
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