“El buen gusto hay que educarlo porque, aunque no depende
del dinero, sí de las oportunidades de desarrollarlo que se tengan, y por eso
es muy importante cultivar la sensibilidad por lo agradable, por el orden, por
las relaciones armónicas, por la naturaleza, por los colores y por las formas
desde pequeños” Catedrática española de Antropología María Pérez Alonso-Geta.
Mayte Rius. Diario digital
“Vanguardia”, España
Periodista Univ.
Complutense de Madrid.
“El buen
gusto es algo innato y es el reflejo de la personalidad y la forma de ser de
cada uno; son un conjunto de características a nivel externo e interno: cómo
habla, cómo se mueve, cómo se viste una persona determinan su encanto y
magnetismo social”, opina Maruxa Carvallo, profesora de la Personal Shopper
School de Madrid y creadora del blog SexyInTheCity.es. Para la interiorista
Pilar Líbano, el buen gusto es una manera de hacer que consiste en saber
conjugar con armonía diferentes elementos, sean ropa o muebles, de forma que
transmitan serenidad.
Mar Castro, experta en protocolo, comunicación y
oratoria, opina que el buen gusto, como la belleza o la elegancia, es un concepto subjetivo, aunque todos
acabamos reconociendo cuando algo es de buen gusto porque va ligado a la
naturalidad, al comportamiento exquisito, al respeto y la cortesía... “y
luego eso se traduce en todos los ámbitos: en vestir en función de la
oportunidad (según tu forma de ser, tu identidad, el acto al que asistes,
etcétera), en decorar acorde a lo que quieres transmitir, o en cuidar a tus
invitados con una mesa bien presentada”.
En general,
cabría decir que, para muchas personas, el
buen gusto es una cualidad que va ligada a las buenas formas de conducta, a la
educación, el orden, la mesura y la armonía. Quizá porque, como recuerda
Marta Marín Anglada, profesora de Estética de Blanquerna-URL y especialista en
investigación y análisis de tendencias de The Hunter, la armonía, la simetría,
la proporción, el orden, las líneas rectas, las formas cuadradas, etcétera,
fueron durante siglos los criterios estéticos y artísticos imprescindibles para
que una obra de arte, una imagen o un objeto se percibieran como de buen gusto.
Pero eso hoy no es así. El juicio del gusto, lo que define el buen o mal gusto,
no se rige por reglas preestablecidas. De hecho, para algunos expertos, el buen
gusto no existe, se impone. “Si hubo una
época en que lo que era de buen gusto lo imponía la aristocracia, ahora son las
marcas y los amplificadores sociales (los medios de comunicación y los
blogueros) los que dicen lo que ellos consideran que es de buen gusto o de mal
gusto, asociándolo a las tendencias”, afirma con rotundidad Daniel Córdoba,
socio fundador y director general de la consultora The Hunter, especializada en
investigación y análisis de tendencias.
“El gusto
se ha constituido como uno de los conceptos estéticos más problemáticos desde
la Ilustración hasta nuestros días”, advierte Carlos Fajardo, filósofo, poeta y
profesor de Estética y Literatura en la Universidad Distrital Francisco José de
Caldas de Bogotá (Colombia), que ha investigado sobre el gusto estético en la
sociedad postindustrial. Asegura que si la filosofía ilustrada vinculó el buen
gusto con el sentimiento de placer ante la belleza, con la facultad de sentir o
apreciar lo bello o lo feo, lo que ha ocurrido es que desde entonces lo bello,
lo feo, lo sublime, lo interesante, lo delicado o lo grotesco han sufrido una
fuerte mutación. Porque, subraya Fajardo, el
gusto no sólo es subjetivo por el hecho de ser el juicio de una persona, sino
porque está afectado por las sensibilidades de una determinada época, es decir,
que en cómo se mira algo influye el espacio-tiempo desde el cual se mira”.
Y desde el siglo XVIII y los planteamientos de la estética empírica, las normas
sociales, políticas y estéticas han cambiado mucho y con ello también las miradas
y los juicios estéticos. “Ahora aceptamos la belleza pero también aceptamos y
valoramos la belleza negativa, lo sublime, lo kitsch, lo camp, la
transgresión...
De Chanel a Alexander MCQueen, de Jean-Paul Gaultier a Manish
Arora, todo resulta aceptable e increíble; resulta prácticamente imposible
decir qué nos gusta más o menos: ¿el Partenón o el Museo Guggenheim de Bilbao?;
las propuestas artísticas son cada vez más amplias y las normas estéticas se
han subjetivado cada vez más”, enfatiza Marín Anglada. Y coincide con Fajardo
en que el juicio de gusto está condicionado por factores sociológicos,
antropológicos, culturales, mediáticos y, además, por las macrotendencias, las
tendencias expresivas, las modas que se van imponiendo. “La sensibilidad estética
tiene un componente personal y otro contextual, y ambos son altamente
significativos. Lo que se percibe de buen gusto en Occidente puede ser
percibido como de mal gusto en Oriente; lo que está perfectamente alineado con
un determinado estilo de vida puede estar reñido con otros: modos frente a
rockeros, bombshells frente a look andrógino, entre otros”, ejemplifica.
Los
árbitros del gusto El profesor Fajardo, por su parte, cree que se ha pasado del
gusto por lo pintoresco, por la naturaleza y por lo interesante que
caracterizaba a la sociedad burguesa, al gusto por lo impactante, lo estridente
y lo que produce el mercado de consumo. “El concepto de buen gusto tenía que
ver con la sensibilidad de los grandes burgueses por el arte de élite, por una
forma de vestir, de comer, de diseñar su hogar; pero con las industrias
culturales de finales del siglo XIX y el XX, se habló de democratizar el arte y
se impulsó un arte de masas. Con la
globalización de los mercados, a la gente se le ha instruido en el gusto por el
consumo rápido, en función de lo que el mercado impone; el gusto contemporáneo
se ha vuelto inmediatista, se caracteriza por la velocidad y lo efímero; el
patrón del gusto lo dicta el mercado y la gente consume los discos, vídeos,
películas, libros o ropa que les ofrecen con la idea no de contemplarlos, sino
de consumirlos rápido”, enfatiza.
Daniel
Córdoba coincide en que lo que hoy se considera de buen o mal gusto lo dicta el
mercado, las marcas, y sus amplificadores, es decir, figuras de prestigio que
legitiman determinadas propuestas, objetos o tendencias por su prestigio. Pero
asegura que esta imposición no es diferente de la que en la sociedad burguesa
marcaba la aristocracia. “Hubo una época en que la burguesía, que fue el primer
colectivo aspiracional, para demostrar su capacidad económica copiaba el modelo
aristocrático, reproduciendo sus ropas, la decoración de sus casas, sus
cuadros...”, indica. Y subraya que aunque la burguesía parece vincularse con la
innovación, en realidad los burgueses nunca arriesgaron con sus gustos. “Los
artistas de vanguardia no vendían a la burguesía, sino a los aristócratas; los
burgueses copiaban los usos y maneras aristocráticas incluso después de la
Revolución Francesa, cuando ese modelo aristocrático ya era anacrónico”, añade.
Y las referencias que en su día fueron los aristócratas lo son hoy, según el
responsable de The Hunter, las denominadas it-girls: “Chicas extremadamente
populares, absolutamente referenciales en cuestiones de estilo y de moda, que
gozan de una amplia cobertura mediática y son veneradas en los medios de
comunicación y en las redes sociales por su capacidad de atraer miradas y por
saber erigirse en centros de atención y de interés”. Alexa Chung, Gala
González, Blake Lively y Olivia Palermo son ejemplo de estas jóvenes copiadas
en su forma de vestir o de actuar. “Son las nuevas árbitros del buen gusto; sin
ser esclavas de las marcas, seleccionan lo que las gusta, lo combinan y lo
proyectan, y la gente lo imita porque lo considera de buen gusto; porque el
concepto de buen gusto, como el de calidad o el de barato, no ha responder a
criterios específicos, uno dice que lo es y listo”, añade.
Claro que
también hay quien opina que el buen gusto es algo más profundo, que va ligado a
la valentía y la independencia de juicio, a la capacidad de pensar las cosas y
resistirse a ser engañado a nivel social, político, literario o artístico.
“Como sujetos establecemos un diálogo con una imagen determinada y
reflexionamos sobre las sensaciones que es capaz de producirnos; es lo que
Jacques Aumont –director de la Escuela de Altos Estudios Sociales de París
(EHESS)– llama la teoría de la recepción: recibir impactos visuales y ser
capaces de reflexionar sobre las sensaciones que proyectan sobre nosotros como
receptores; esas sensaciones nos invitan a la apreciación, que puede ser
positiva (nos gusta) o negativa (nos desagrada)”, apunta Marín.
Cuestión de
educación Carlos Fajardo admite que los gustos pueden ser variados y que la
educación tiene mucho que ver en la autonomía de cada persona para elegir y
configurar su gusto. Pero advierte que, en la actual cultura de masificación y
globalización, “la estructura social, la educación y la formación estandarizada
provocan que se formen unos ciertos gustos estandarizados: sólo gusta cierta
música, ciertos programas de televisión, ciertas prendas, porque la gente no
tiene la oportunidad de comparar; no se les educa en la diversidad de
posibilidades de gusto, en una pluralidad de universos culturales, si no en el
gusto a los objetos de consumo, a lo que impacta, a lo escandaloso”.
La
catedrática de Antropología de la Educación Petra María Pérez Alonso-Geta lleva
décadas reivindicando la necesidad de educar el gusto, la estética, desde las
escuelas. “El buen gusto hay que educarlo
porque, aunque no depende del dinero, sí de las oportunidades de desarrollarlo
que se tengan, y por eso es muy importante cultivar la sensibilidad por lo
agradable, por el orden, por las relaciones armónicas, por la naturaleza, por
los colores y por las formas desde pequeños”, asegura. Y recuerda que ya en
el siglo XVIII, en su ensayo sobre el gusto, Alexander Gerard explicaba que el
buen gusto es la combinación de varias capacidades, como la sensibilidad, el
refinamiento, la corrección y la proporción o ajuste comparativo; y aunque la
sensibilidad es menos susceptible de mejora, las otras se pueden educar. Pérez
subraya también que durante mucho tiempo se vinculó la estética con la ética
–“no hay ética sin estética”, se decía– de forma que impartir formación
estética a los maestros para que estos lo transmitan a los niños se traduciría,
en su opinión, en una mayor sensibilidad que, a su vez, comportaría una mayor
humanización y una mejora de las maneras y de la convivencia. “La educación
estética te permite apreciar lo bello y eso te humaniza, porque trasciendes la
visión práctica de las cosas, no te limitas a procesar la información a través
de los sentidos para la supervivencia, sino que logras un plus de humanidad, de
disfrutar con las formas de tu entorno, con los sonidos, y eso se aplica luego
a la forma de relacionarse: si la gente es más sensible, es también más educada
a la hora de pedir las cosas por favor, de pedir perdón, de no invadir el
espacio de otros, de mantener el orden o de no molestar al vecino con ruidos”,
justifica.
Pérez pone un ejemplo muy gráfico: “Si se trata de supervivencia, de
comer para alimentarte, da igual si pones la olla exprés sobre la mesa; pero si
trasciendes el sentido práctico y accedes a un buen gusto estético, te molestará
comer con la olla de cocinar delante”. En general, hay bastante unanimidad
entre los diferentes especialistas consultados en que el buen gusto, entendido
en este caso como sensibilidad estética, se educa o al menos se entrena. “Uno
puede nacer con una sensibilidad especial para discernir las cuestiones
estéticas pero, para desarrollarla, para saber seleccionar y combinar con
armonía, hay que irla educando, forjando, y eso te lo da la experiencia, el
trabajo, los años...”, opina Pilar Líbano.
Para Carlos
Fajardo y Mar Castro, educar el gusto es cuestión de educarse con referencias
amplias para poder elegir entre lo que nos rodea, interiorizarlo e imitarlo. Y
Marta Marín recurre a David Hume para explicar que la sensibilidad estética se
tiene y se educa: “Hume cree en una tendencia del hombre hacia el buen gusto,
pero añade que este se puede mejorar por la práctica de un arte particular, por
el trato frecuente con objetos bellos y por la comparación entre objetos de
distinta calidad”. Comenta que en los juicios del gusto intervienen la
imaginación y el entendimiento, y requieren un esfuerzo intelectual en el que
operan, además, hábitos particulares de época y país, de edad y temperamento.
Con frecuencia se vinculan los gustos con jerarquizaciones preestablecidas,
aunque Marín advierte que no tiene mejor gusto aquel que es capaz de pagar más
por obtener o consumir unos productos concretos. “Consumir determinados
productos de determinadas marcas, optar por una forma concreta de viajar,
coleccionar arte plástico firmado por ciertos artistas... puede ser signo de
distinción –relacionado con la ostentación y el exhibicionismo– pero no de
mejor gusto”, indica la profesora de Blanquerna-URL. Entre otras razones
porque, como recuerda, la oposición buen y mal gusto es falsa, ya que no hay
criterios objetivos para determinarlo y el buen o mal gusto “está en nuestra
mirada o en el uso que se hace de una propuesta creativa”.
Fuente:
Diario Digital “Vanguardia”, Barcelona, España
http://www.lavanguardia.com/estilos-de-vida/20120615/54312134275/que-es-tener-buen-gusto.html
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Interesante el articulo. Efectivamente el buen y mal gusto es subjetivo. Pero la sumatoria de esos gustos subjetivos van dando forma a lo que se considera buen gusto en el hermoseamiento urbanístico de una ciudad. En ello, prevalece la mayoría. En Viña del Mar se destacan las áreas verdes, sus avenidas, bulevares, plaza, paseos peatonales y la presentación de sus residencias y locales comerciales. Yendo a un extremo, tenemos el caso de Paris, que es producto de siglos y siglos de tradiciones y cultura. ¿Mal gusto? No, es una joya de admiración, como lo dijeron los afortunados concejales viajeros. En el caso de Algarrobo, no es que hay mal gusto, lo que pasa que no hay interés en hermosear la comuna. Se vive al día y todo se deja para un mañana que nunca llegar y pasan los alcaldes, algunos se repiten, pero el asistencialismo y las ansias de seguir en el poder, los lleva a decidir todo en función de los votos.
ResponderEliminarUn artículo de muy buen gusto.
ResponderEliminarEl problema de Algarrobo no es político ni económico, es sociológico y todos saben porque pero es de mal gusto exponerlo públicamente y peor aún exponerse a las represalias de un pueblo chico.
ResponderEliminar¿Qué es tener buen gusto? Visite Algarrobo, la Capital Naútica, con un guia urbanista-paisajista y podrá saberlo
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