Artículo de
Opinión
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Agustín Squella |
“La conducta del
que no va a votar puede interpretarse de muchas maneras, y, por tanto, pierde
significado político"
Columna de El Mercurio. Noviembre 03, 2017
por Agustín Squella
Narducci. (*)
Lo primero que hay que hacer
ante una elección presidencial y parlamentaria es disponerse a votar, incluso
cuando hacerlo no constituya una conducta obligatoria.
Nuestro Congreso Nacional, en
una decisión que tuvo tanto de ingenuidad como de oportunismo, cambió el
sistema de inscripción voluntaria y voto obligatorio por el de inscripción
automática y voto voluntario, enviando a los ciudadanos un mensaje tan frívolo
como este: no se molesten en inscribirse y tampoco se molesten en ir a votar.
El oportunismo de la decisión
estuvo en que nuestros parlamentarios creyeron que de ese modo iban a
congraciarse con los muchos ciudadanos que no quieren oír hablar de deberes, y
la ingenuidad radicó en que se contaron el cuento de que con voto voluntario
los candidatos tendrían que extremar su diligencia y talento para reencantar a
los ciudadanos y entusiasmarlos con la idea de ir a los locales de votación.
Nada de eso ocurrió, sin embargo, en la última elección presidencial. Además,
ya ven ustedes cuánto talento están poniendo los candidatos en el caso de las
próximas elecciones, incluidos aquellos que postulan a la Presidencia de la
República, cuya generalizada vacuidad es la tónica diaria de las campañas. Por lo
demás, ¿quién dijo que había que reencantar una actividad -la política- que
nunca en la historia del país ni de la humanidad ha estado propiamente
encantada?
Es cierto que en el momento de
las campañas la política muestra el peor de sus rostros -vean ustedes lo que
fueron las primarias en USA y el posterior enfrentamiento Trump-Clinton-, pero
teníamos derecho a esperar algo más de nuestros candidatos que monosílabos como
"crecimiento", "no más AFP" o "resiliencia". Todo
lo cual expresan diariamente con rostro de singular gravedad, mientras detrás
de cada presidenciable se apiñan los rostros de los que compiten por cargos en
el Parlamento, mucho más preocupados de sus propias votaciones que de la del
que en ese momento habla a las cámaras.
Votar significa ir el día de
las elecciones al local correspondiente, recibir la papeleta y marcar una
preferencia, o, si el menú resulta demasiado malo, no marcar ninguna y entregar
el voto en blanco. Blanco se considera también el voto en el que, sin marcar
preferencia, el votante raya o escribe algo que manifiesta su desagrado con la
votación o con los candidatos que participan en ella. Voto nulo, por su parte,
es aquel, y solo aquel, en el que el votante marca más de una preferencia, de
manera que, a diferencia de lo que suele creerse, no anula su voto, sino que
vota en blanco, aquel que, sin marcar preferencia, raya el voto o escribe en
este cualquier mensaje que le parezca del caso.
Quien vota en blanco, vota. No
marca preferencia, es cierto, pero manifiesta una opinión bastante clara ante
los nombres que se le ofrecen: ninguno le parece adecuado. El votante en
blanco, por decirlo de esta manera, encamina sus pasos al restaurante, se instala
en una mesa, pide el menú, devuelve este y se retira sin comer, y no porque no
tenga hambre, es decir, ganas de participar, sino porque los platos que
aparecen en la carta le parecen todos indeseables. Es efectivo que muchas veces
ese votante opta por el mal menor, o sea, por el plato que le parece menos
malo, o, como en nuestra próxima contienda presidencial, elige votar en contra
de lo que le parece peor.
¿Cuántos que votarán por
Piñera o por Guillier lo harán sin ninguna convicción en los méritos de uno u
otro y únicamente para evitar que la centroizquierda siga en el poder o que la
derecha lo recupere? ¿Hay respeto y adhesión a esos dos candidatos o se trata
solo de evitar que gane su contrincante?
La conducta del que no va a
votar, en cambio, puede interpretarse de muchas maneras, y, por tanto, pierde
significado político: se quedó dormido, le dio lata, partió a la playa, hizo un
asado, está contra el sistema, todos los políticos le parecen corruptos, perdió
la fe en las elecciones, está decepcionado de la democracia, cree que su
situación no mejorará un ápice cualquiera sea el resultado, y así.
Marcar una preferencia es un
acto ciudadano. Votar en blanco también. Abstenerse no lo es.
______
(*) Abogado, periodista y
doctor en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid. Ex rector y
profesor de Filosofía del Derecho de la Universidad de Valparaíso. Miembro de
Número de la Academia de Ciencias Políticas y Morales del Instituto de Chile.
Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2009). Autor, entre otros,
de los libros “Democracia, derechos humanos y positivismo jurídico”,
“Introducción al Derecho”, “Filosofía del Derecho”, “Deudas intelectuales”,
“Lugares sagrados”, “Igualdad”, “Libertad”.
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