Artículo de Opinión.
Como norma general, la vida en Chile es buena. No podemos desmenuzar mucho el paquete porque ya sabemos que los malos olores aparecen cuando uno se da a la tarea de destapar demasiadas cosas. Digamos que, en Chile, se puede disfrutar de la vida con toda libertad para ser lo que uno quiera. Pero, tal como ocurre en las selvas del Amazonas o en las sabanas del África, también existe la posibilidad que a uno le toque ser tigre, y a otro, gacela.
La gracia está en que se puede gozar de los encantos de estar vivo haciendo la pega que a uno le compete, porque tanto el depredador como la presa están obligados al emprendimiento de la sobrevivencia concentrados sólo en lo que ellos son capaces de hacer por sí mismos, en vez de hacer lo que hacemos los humanos que le echamos la culpa al empedrado, a la mala suerte de ser pobres, a la maldición de ser ricos, a la penuria de ser gordos, a la agonía de ser feos, a la tristeza de estar solos o al suplicio de tener los diente chuecos.
Como seres humanos y chilenos, cargamos con el estigma de la publicidad histórica que nos retrata como una raza indomable. Desde que los españoles se dieron a la pingüe tarea de desvalijar a media América (con la firme oposición en estas tierras de Caupolicán, y especialmente, de Lautaro) nos dimos a la tarea de construir una república y fuimos el primer país en el mundo que fue capaz de elegir un gobierno marxista a través del voto popular, en vez de la típica rebelión de masas, con masacres incluidas, con que otros países asentaron en distintas épocas sus regímenes de izquierda.
Hoy, nos hemos pasado de la izquierda capitalista a la derecha capitalista. Como del socialismo no queda más que el discurso y una que otra pincelada de un cuadro que es el retrato vivo del libre mercado, ahora nos vemos enfrentados a la necesidad irrenunciable de dejarnos de joda y definirnos de una buena vez como un pueblo agnóstico, escéptico y descreído que le cree más al diablo que a los políticos, y que ahora piensa en su bolsillo mucho más que en cualquier otra causa “noble”.
En Algarrobo, nos debatimos entre lo necesario y lo imprescindible.
Vivimos en un paraíso, pero necesariamente hay que hacer muchas cosas para que todo no se vaya al carajo y terminemos acostumbrándonos a que las cosas que funcionan mal se transformen, al igual que el aire de Santiago, en una porquería que no hay de otra que respirarlo. O que el agua tenga siempre sabor a clavo oxidado. O que los zurullos sean parte del paisaje marino tal como antiguamente lo fueron los locos o aquellos graciosos pingüinos que alguna vez tuvieron isla propia.
Lo que se les pide a las autoridades que reciben el pago nuestro, su sueldo, para detectar los problemas, definir las prioridades y solucionar lo que está mal, es que se vayan por lo necesario y lo imprescindible en vez de hacerse los lindos con la plata que no es suya y la despilfarren, justamente, en aquellas cosas que no son ni tan necesarias ni mucho menos imprescindibles y que apenas sirven para que sus amigos y parientes aplaudan de pie.
Las plazas de los monumentos al palo, no son una necesidad. La ciclovía, por ejemplo, para un Algarrobo turístico, es imprescindible, y junto con ello la reconstrucción de toda la costanera.
La pavimentación y reorganización del sector de El Litre es una imperiosa e indispensable necesidad y un cuento para niños que se viene repitiendo desde hace años:
Echarle tierra a los cientos de hoyos del Camino del Medio, en vez de asfaltar toda la carpeta, es una blasfemia.
Todo lo dicho ya se ha dicho decenas de veces y se habrá de repetir muchas veces más hasta que los sordos pagados por nosotros y arrinconados en el poder oigan el sonar de las trompetas.
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Muy buena manera de redactar tan sutilmente, como vuelven a aprovecharse de la gente de bien, de la gente que aun creé, es una vergüenza lo que hacen nuestras autoridades sin embargo se encargan de mostrar proyectos que aun no comienzan o se enorgullecen de otros hechos muy mal, otro periodo perdido
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