Artículo de opinión
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Alien Carraz
Escritor, ensayista, comentarista y opinólogo
Una declaración de principios que la sustenta con cifras y porcentajes propios de alguna película de terror en donde los hombres somos máquinas de golpear y matar mujeres, unos malditos déspotas que las manipulamos para que sirvan a nuestros machistas propósitos y nos pasen sus intimidades cuando tengamos ganas de revolcarnos, nos cocinen cosas ricas, nos cuiden a los niños, nos sirvan de empleadas domésticas sin pago o nos mantengan el jardín y se hagan cargo de las basuras.
Para la feminista Dillon, el machismo es un patriarcado, una estructura social que se sostiene con violencias de todo tipo, incluidas las de corte económico porque “las mujeres tenemos que trabajar en tareas domésticas que no se pagan”.
A mi madre le hubiera dado un infarto si alguien le hubiera dicho una cosa como esta. Sobre todo, por el hecho que mi padre era el típico “jefe del hogar” (lo he puesto entre comillas porque hoy es un calificativo escandalosamente machista) que no sabía cocinar absolutamente nada, que en su vida hizo una cama, que nunca cambió un pañal de ninguno de sus 6 hijos, que era el verdadero rey del hogar y que todas las decisiones importantes tenían obligatoriamente que pasar por él. Y no porque él impusiera una autoridad tiránica, sino porque, mi madre, en su bien instruido, aprendido y amado papel de dueña de casa, se encargaba de que eso fuese así. Ella, era la reina que imponía (a veces con unos ojos de los que emergían rayos y centellas) que todos fuésemos sumisos y obedientes frente a la autoridad del progenitor, su marido, compañero y cómplice hasta el día de su muerte.
Lo que mi papá hizo toda su vida fue adorar a su mujer y hacer cualquier cosa que fuese necesaria para hacerla feliz con lo que a ella le gustaba. Más que una pareja enamorada, mis padres eran cómplices en todo. A ella, a pesar de criar a 6 hijos y tener un marido ausente casi todo el día trabajando en su oficina, le encantaba cocinar. Entonces, mi papá se afanaba en conseguirle todas aquellas cosas y utensilios que servían para ese propósito. Así mismo con la limpieza de la casa. Mi madre vigilaba a la “asesora del hogar” (otrora, empleada) en cada detalle y trabajaba codo a codo con ella porque era medio maniática de la limpieza. Por lo tanto, mi padre gozaba trayéndole aquellas cosas y máquinas que ella quería tener para hacer mejor y más eficientemente ese trabajo.
Yo, nunca pude entender cómo ella se las arreglaba para tener tiempo para otras cosas. Porque también era experta en jardinería, en decoración y en el montaje de la mesa del comedor, entre otras cosas. A ella no le gustaba que ninguna otra persona montara la mesa. Parecía una tontera, pero para mi madre era algo que la llenaba de satisfacción.
Y si a más de alguien se le cruzó por la mente que mi madre era una típica doña de su casa sin otros horizontes, pues déjeme contarle que ¡pintaba maravillosamente!, leía como poseída y era una eminencia en cultura china. Adoraba los libros de Lin Yutang y era una encendida admiradora de Simon de Beavoir (escritora, filósofa, precursora del feminismo y la defensa de los derechos de la mujer, 1908-1986). De hecho, la escritora se negó a casarse para “no ser esclava de un hombre” y fue la amante platónica ´de Jean Paul Sartre a quien le rechazó su propuesta de matrimonio aduciendo que “el matrimonio multiplica por dos las obligaciones familiares y todas las faenas sociales. Al modificar nuestras relaciones con los demás, habría alterado fatalmente las que existían entre nosotros dos”.
Hoy, la vida en pareja es muy diferente. Sin embargo, la mayoría de las que se vienen a vivir por estos lados ya han dejado el trabajo de la crianza de los hijos y sostienen su relación en el cuidado mutuo y las ganas de estar juntos en la compañía de canarios, loros o, mayoritariamente, perros y gatos, además de muchos libros gordos para leer, pinceles para pintar y un sin fin de adminículos que sirvan para hacer cosas de todo tipo.
Es una bendición que Algarrobo se pueble de gente que ame la lectura y de personas que no se traen a Santiago con ellos. Tampoco, estos nuevos residentes –y muy al contrario de los oscuros pensamientos que abarrotan la mente de Marta Dillon- se traen a sus señoras para sacarles la mugre con vista al mar ni para explotarlas ni coaccionarlas ni mucho menos para matarlas:
“La principal causa de muerte en mujeres menores de 44 años es la violencia doméstica. Entonces, casarse es un riesgo”. Nos dice Marta.
Para matizar los pensamientos de Marta Dillon uno podría recalcar que es lesbiana, VIH positiva, madre y abuela, y que tanto ella como su esposa, la también activista Albertina Carri, son verdaderas perras rabiosas frente al dominio del hombre en las relaciones de pareja.
(¿Por qué será que perras rabiosas suena como prostitutas dementes, mientras que perros rabiosos da la sensación de gente con mal genio?)
Marta, ha vivido toda su vida en la trinchera y ha sido parte del dolor, del abuso, la tortura, la muerte y el desaparecimiento en manos de la horrible dictadura de Videla. La madre de Marta, que era activista, fue secuestrada y desparecida. Marta, a sus 9 años de edad, era una revolucionaria más que sabía escabullirse de los opresores, que estaba presente en las acciones clandestinas de su madre con sus amigas de la resistencia y que también participaba en las fugas hacia las fronteras de otros miembros activistas y del MR17 (Movimiento Revolucionario 17 de Octubre).
Con un currículo como este se puede entender que Marta tenga una idea ni remotamente parecida sobre las relaciones entre hombres y mujeres de las que tenemos la gran mayoría de nosotros los comunes y corrientes. La crudeza que emana de sus dichos es la voz de una vida expuesta siempre en medio de extremos y al filo de abismos. Sus razones feministas son absolutamente antagónicas con todo lo que nos enseña el sentido común de una madre (como la mía, por ejemplo) que soñó siempre con el amor de un príncipe azul, la compañía de un marido y el abrigo de un hogar que construir como mujer y mamá junto a su hombre, esposo, amante, cómplice y compinche.
Mi padre y mi madre fueron todo eso durante 54 años y hasta el último día de sus vidas.
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Apoyándose en la realidad de vida de Marta ( y tantas otras Martas que están ahí, que ni siquiera tenemos idea que están tan cerca), Alien nos abre, sutilmente, la puerta a su casa paterna, esa que habita en nuestros recuerdos y añoranzas. Y nosotros, (al menos yo, cual intruso), me interno y recorro las piezas y rincones de esa, su casa, y todo lo que el cuenta, me parece tan real. Es como estar sentado en el living de esa casa, viendo la imagen como en la TV.
ResponderEliminarSu vida, (la de Alien) nada tiene que ver con la de Marta.
Nunca he leído a Marta; sin embargo, lamento tanto que su idea de vida no se asemeje a la que nos plantea Alien.
Porque, estoy seguro, historias de vida como la del opinologo se pueden encontrar en muchos lugares, muchas familias.
Lo entiendo, porque, en parte, yo también lo viví
Bien por ellos. Bien por todos.
Ahora salgo del hogar de Alien, suavemente cierro la puerta con mucho cuidado, y dirijo mis pasos a la plaza Mirasol. Después del temporal, el día está frío pero agradable, como para recordar mi casa paterna y recorrer sus rincones.
Otra época, otras vidas
¡¿Qué culpa tiene Marta?! o ¿Qué culpa tiene el tomate que está tranquilo en la mata...? A mucha gente le ha tocado muy duro en esta vida y su perspectiva de las cosas no se parece en nada a lo común y corriente.
ResponderEliminarLa felicidad, como el amor o una familia amorosa, no es siempre un logro, una conquista, sino a veces es un bendito privilegio que nos regala la vida.
Por tus palabras, creo que te alcancé a ver cuando salías...
...Pobres Martas y que gran tarea arrastran estas mujeres para sanar en esta vida su propio linaje,de seguro, muy sufrido y por ende mucho en que crecer y duramente mucho en qué trabajar. Tal vez una misión trascendental en nuestros dias.
ResponderEliminarAfortunadamente no es mi caso a pesar de haber realizado el servicio militar en mi propio hogar de infancia. El nacer, crecer, criar ya prácticamente son etapas del pasado y hoy, reafirmando lo que indica Alien , con mi marido y en pareja disfrutamos plenamente en este Algarrobo bello del estar en mutua comun-unión, velando por el otro. El disfrutar en pareja y tener a mi familia, ha sido esa conquista, ese logro, y privilegio que comenta Rodrigo y por sobre todo UNA GRAN BENDICIÓN DEL CIELO.
Amén
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