Para quienes gustan de la buena literatura
Boletín literario preparado por Eduardo Trucco
B. (*) en el cual ofrece una selección de párrafos, invitando a compartirlos y
comentar
“MANUAL PARA MUJERES DE LA LIMPIEZA”. Lucía Berlin. Editorial Alfaguara, 2ª
edición, Buenos Aires, 2017. De nacionalidad estadounidense (1936-2004, nacida
en Alaska). “Con su inigualable toque de humor y melancolía, Berlin se hace eco
de su vida, asombrosa y convulsa, para crear verdaderos milagros literarios con
episodios del día a día. Las mujeres de sus relatos están desorientadas, pero
al mismo tiempo son fuertes, inteligentes y sobre todo, extraordinariamente
reales.” Lo que muestra de sí, sugiere una vida variada, rica, notable por
varios conceptos; vivió en Chile algunos años. Esta es una selección de 43
cuentos cortos. No puede quedar duda alguna, que esta mujer vio y vivió. [Pocas
veces resulta tan difícil y delicada la selección de citas; una obra notable.]
SELECCIÓN DE PÁRRAFOS:
Del prólogo:
1. ¿Cómo lo consigue ella? Quizá porque nunca sabemos muy bien qué viene
a continuación. Nada es previsible. Y aún así a la vez todo es sumamente
natural, verosímil, fiel a nuestras expectativas psicológicas y emocionales.
Pág. 16.
2. Berlin es implacable, no se anda con contemplaciones, y aún así la
brutalidad de la vida siempre queda atenuada por su compasión ante la
fragilidad humana, por la inteligencia y la agudeza de esa voz narrativa, y su
fino sentido del humor.
3. “Pero la imagen ha de conectar con una experiencia intensa concreta.”
Pág. 18.
4. “De algún modo debe producirse una mínima alteración de la realidad.
Una transformación, no una distorsión de la verdad. El relato mismo deviene la
verdad, no solo para quien escribe, también para quien lee.” Pág. 19.
5. “¿Qué es el matrimonio, a fin de cuentas? Nunca lo he sabido muy
bien. Y ahora es la muerte lo que no entiendo.” Pág. 20.
De la Introducción.
6. La prosa se abre camino a zarpazos en el papel. Desborda vitalidad.
Revela. Pág. 21.
7. Si un rasgo caracteriza su obra, es la alegría. Un bien precioso, más
escaso de lo que cabría esperar. Pág. 22.
8. Constata la efervescencia irrefrenable de la vida: humanidad,
lugares, comida, olores, colorido, lenguaje.
De la obra:
9. Un indio viejo y alto con unos Levi’s descoloridos y un bonito
cinturón zuni. Pág. 27.
10. Tony no abrió los ojos.
Cualquiera que diga que sabe cómo te sientes es un iluso. Pág. 29.
11. Odiaba el colegio St. Joseph.
Aterrorizada por las monjas, sofocada por el calor de Texas, un día empujé a
sor Cecilia y me expulsaron. Como castigo tuve que trabajar todas las
vacaciones de verano en el consultorio de mi abuelo, que era dentista. Pág. 33.
12. Me sigue de habitación en
habitación, repitiendo las mismas cosas una y otra vez. Voy a acabar tan
chiflada como ella. Siempre digo que no voy a volver, pero me da lástima. Soy
la única persona con quien puede hablar. Su marido es abogado, juega al golf y
tiene una amante. Pág. 49.
13. El autobús se retrasa. Los
coches pasan de largo. La gente rica que va en coche nunca mira a la gente de
la calle, para nada. Los pobres siempre lo hacen…La gente pobre está
acostumbrada a esperar. Pág. 52.
14. Las señoras siempre suben la
voz un par de octavas cuando les hablan a las mujeres de la limpieza o a los
gatos. Pág. 54.
15. Procurad trabajar para judíos
o negros. Te dan de comer. Pero sobre todo porque las mujeres judías y negras
respetan el trabajo, el trabajo que haces, y además no se avergüenzan en
absoluto de pasarse el día entero sin hacer nada de nada. Para eso te pagan,
¿no? Pág. 58.
16. Disfruté en el balcón,
limpiando las ventanas. Aunque hacía frío, el sol me calentaba la espalda.
Dentro, ella siguió con su puzle. Absorta, pero sin dejar de posar en ningún
momento. Se notaba que había sido muy hermosa. Pág. 60.
17. El colegio era una antigua
misión, construida en el siglo XVIII por los españoles, construida para seguir
en pie mucho tiempo en el desierto. Era diferente de otros colegios antiguos,
cuya quietud y solidez es un mero cascarón para los niños que pasan por ellos.
Había conservado la paz de una misión, de un santuario. Pág. 65.
18. - ¿Cómo es que me ha pegado? –
preguntó Tim en voz baja.
Iba a contestarle, diciéndole: “Porque has sido insolente y
desagradable”, pero vi su sonrisa de desprecio mientras esperaba a que dijera
precisamente eso.
- Te he pegado porque estaba
enfadada. Por lo de Dolores y la piedra. Porque me sentí herida y estúpida.
Pág. 73.
19. Carlotta se lo pasaba bien en
el pabellón de desintoxicación. Los hombres intentaban ser galantes con ella.
Era la única mujer, era bonita, no parecía “de las que empinan el codo”. Tenía
unos ojos grises y claros, una risa fácil. Pág. 79.
20. En cierto modo todo iba bien.
Era una buena profesora y una buena madre. El pequeño departamento donde vivían
rebosaba de proyectos, libros, discusiones, risas. Todo el mundo cumplía con
sus obligaciones. Pág. 82.
21. Pelo largo rubio claro y ojos
color miel. Y su sonrisa, sin embargo, o más bien su risa, era una cascada
profunda de alegría, insinuaba y se burlaba del dolor que la alegría siempre
trae consigo. Pág. 91.
22. Todas, sin excepción, estábamos solas. Las
chiquillas quizá más todavía, porque a pesar de que dos de ellas lloraban, sus
madres también parecían ajenas y distantes, con la mirada perdida, aisladas en
su propia rabia y vergüenza. Solas. Pág. 99.
23. Sin embargo, en el coche
reinaba un silencio impenetrable, cargado de vergüenza, de dolor. Solo el miedo
había desparecido.
24. Dios, ¿me he vuelto tan
inhumana como la enfermera McCoy? El miedo, la pobreza, el alcoholismo, la
soledad son enfermedades terminales. Urgencias, de hecho. Pág. 114.
25. Llevo años trabajando en
hospitales, y si algo he aprendido es que cuanto más enfermo está un paciente,
menos ruido hace. Pág. 119.
26. Sus ojillos negros como
cuentas se reían tras los pálidos pliegues epicánticos. Ojos un paso más allá
de los ojos de Buda… Pág. 120.
27. Normalmente llevo bien
envejecer. Pág. 127.
28. Consumida de añoranza, echó de
menos su mano acariciándole el pelo. Cerró los ojos y se dejó llevar por el
rumor de las palmeras, el tintineo del hielo en la coctelera, el crujido de los
remos. Pág. 133.
29. Las monjas pusieron mucho
empeño en enseñarme a ser buena. Pág. 147.
30. Se ponía muy dramático, y a
veces incluso lloraba desconsolado, pero a mí me encantaba que me hablara de
ella, me habría gustado ser como ella. Dura, misteriosa, bella. Pág. 162.
31. Sólo diré que mis palabras
tuvieron exactamente el efecto deseado. Se quedó allí sentado mirándose sus
preciosas manos y susurró: “Eres una hechicera. Eres mágica.” Pág. 165.
32. En la profunda noche oscura
del alma las licorerías y los bares están cerrados. Pág. 173.
33. Por supuesto que se acordaba
de Dolores. Dulce, su beso en los párpados, su abrazo. Ella recordaba en la
piel el tacto de sus manos curtidas, llenas de cicatrices… Pág. 212.
34. Se sonrieron. Los años se
borraron, la complicidad aún allí. Una vez ella comentó con ironía que César
era el hombre perfecto. No sabía leer ni escribir, y la mayor parte de su
idilio fue bajo el agua, donde no había palabras. Pág. 213.
35. Las dos chicas están tumbadas
boca abajo en toallas donde se lee GRAN HOTEL PUCÓN. La arena es negra y fina;
el agua del lago es verde. De un verde fresco más oscuro, los pinos que bordean
el lago. El volcán Villarrica se alza imponente y blanco sobre el lago y los
árboles, el hotel, el pueblo de Pucón. Pág. 227.
36. Hace veinticinco años que
Sally viene a esta cafetería. Todo el mundo sabe que se está muriendo, pero
nunca ha estado tan bella o tan feliz. Pág. 248.
37. Me encantan las casas, todas
las cosas que me cuentan, así que esa es una razón de que no me importe
trabajar como mujer de la limpieza. Se parece mucho a leer un libro. Pág. 261.
38. Ella guardó silencio, pero
pude ver que la muerte empezaba a ablandarla. La muerte cura, nos dice que
perdonemos, nos recuerda que no queremos morir solos. Pág. 265.
39. Hemos recordado tus bromas y
tu forma de mirar, sin que nunca se te escapara nada. Eso nos diste. La mirada.
Pág. 268.
40. Fuimos muy felices durante
esos años, aunque nosotros siempre vivimos en pueblos, junto al mar o en las
montañas. Había una paz afectuosa, un candor indolente allí.
41. Echo de menos la luna. Echo de
menos la soledad. Pág. 274.
42. No es cierto, eso de que ya no
me arrepiento de nada, a pesar de que entonces no sentí el menor asomo de
arrepentimiento. Esta fue solo una de las muchas cosas que hice mal en mi vida,
marcharme así. Pág. 281.
43. Nos reímos, por lo bajo, en su
habitación, dibujando. A decir verdad, el amor ya no es ningún misterio para
mí. Pág. 284.
44. (Cita de Vicente Huidobro, de
“Altazor”.) “Y esto te lo digo a ti, a ti que cuando sonríes haces pensar en el
comienzo del mundo.” Pág. 297.
45. Nunca olvidaré ese gesto.
Ninguno de los dos era insinuante o zalamero, nunca hacían gestos eróticos, ni
siquiera demostraciones de cariño, pero había entre ellos una intimidad
eléctrica. Él le agarró la garganta. No era un alarde de posesión; estaban
fusionados. Pág. 310.
46. “Estar con Jesse es una
especie de meditación. Como estar en la posición de loto, o en una cámara de
aislamiento sensorial. El pasado y el futuro desaparecen. Los problemas y las
decisiones desaparecen. Pág. 315.
47. Jesse nunca leía libros, pero
las palabras de la gente le hacían feliz. Una anciana negra, que nos dijo que
era más vieja que la sal y la pimienta. Pág. 319.
48. Las hojas amarillas de los
álamos parecían arder en la orilla del canal. Empezaba a asomar una luna color
melocotón. ¿Se puede saber qué me pasa? Otra vez estaba llorando. Detesto ver
sola las cosas bonitas. Pág. 336.
49. De niña salí callada, al vivir
en pueblos mineros de montaña y mudarme demasiado a menudo para hacer amigos.
Normalmente encontraba un árbol o un cuarto de un viejo aserradero abandonado,
para sentarme en silencio. pág. 345.
50. – Bueno, pero tú te portaste
tan mal como ella. ¡Peor! El silencio puede ser perverso, condenadamente
perverso. Pág. 354.
51. Trato de recordarme a mí
misma, porque antes era otra, antes de tantas cosas que han pasado. No sabía
nada. Pág. 359.
52. Hay que joderse, repetí yo. Al
menos eso la hizo reír. Ay, cómo extraño mi pueblo, donde la risa es suave como
la brisa. Pág. 368.
53. Todo el mundo aprende a
lidiar… Todo el mundo tiene que reír, todo el mundo ha de sentirse agradecido
cuando por más cosas que el crío no pueda hacer, es capaz de besar la mano que
le acaricia el pelo. Pág. 371.
54. …sus lágrimas serán dulces –
me sorprendí a mí misma al decir esto, pero era lo que sentía. Empezaba a
aprender lo que es un verdadero acto de amor. Pág. 372.
55. Eran hijos de madre china y
padre negro. CD llevaba una coleta larga que le cae por la espalda. Su piel
tiene un color de otro mundo, como una vieja fotografía en sepia, té negro con
leche. Pág. 389.
56. Desprende la serenidad
impasible de un dios.
57. – Odio a las víctimas – dijo.
Y desde luego no pienso ser la tuya. Pág. 392.
58. – La puesta de sol reflejada
en el vidrio. Todas las imágenes evocan la fragilidad de la vida y el amor.
Pág. 393.
59. Otro día dijo que había poca
diferencia entre la mente de un criminal y la mente de un poeta.
60. No se trata simplemente de
inteligencia o de talento. Es cierta nobleza de espíritu. Una cualidad que
haría a alguien ser grande en cualquier cosa que se propusiera. Pág. 396.
61. No te puedes imaginar lo que
es estar en la cárcel durante un terremoto. Pág. 397.
62. Me gustó de entrada, nada más
hablando con él por teléfono. Voz áspera, pausada, en la que se adivinaba una
sonrisa…y sexo, ya saben a qué me refiero. De todos modos, ¿cómo es que nos
hacemos una idea de la gente solo por su voz? Pág. 401.
63. El problema es que cuando
vuelves a la vida normal, todas las rutinas, las marcas del día a día parecen
mentiras sin sentido. Todo es sospechoso, una trampa para adormecernos, para
volver a arroparnos en la plácida inexorabilidad del tiempo. Pág. 405.
64. - ¿Te acuerda en Chile, cuando
Rosa nos calentaba la cama con ladrillos calientes? Pág. 407.
65. Y aún así el tiempo nunca
basta. “Tiempo real”, como decían los presos a los que daba clases en la
cárcel, para explicar que eso de que allí tenían todo el tiempo del mundo no
era más que una apariencia. El tiempo nunca les pertenecía. Pág. 411.
66. Una iluminación perezosa, como
una tarde mexicana en tu habitación. Pude ver el sol en tu cara. Pág. 412.
67. La única razón por la que he
vivido tanto tiempo es porque fui soltando lastre del pasado. Cierro la puerta
a la pena al pesar al arrepentimiento. Pág. 414.
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(*) Eduardo Trucco Burrows, es abogado de la U. de Concepción. Reside
en Algarrobo, en el condominio “Campomar” (camino a Tunquén). Ha estado ya casi
dos años interviniendo por la defensa y protección de los ecosistemas de la
playa de Tunquén, contra la invasión de inmobiliarias y demás personas que no
tienen escrúpulo alguno en destruir toda la playa, el humedal y el santuario de
la naturaleza. Lo que se presenta es un trabajo sencillo: leer obras escritas
en español, subrayar lo que nos parece interesante, bello, atractivo, divertido
o sorprendente; enseguida, haciendo una cuidadosa selección de todos los
párrafos que se ha subrayado, se traspasan las citas – generalmente sin comentarios
– al boletín.
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