Por Pablo Salinas
Cuando uno va y conoce las lagunas de Llo-lleo, los Ojos de Mar, y se para ahí ante ese verdadero oasis en medio de un hostil y ruidoso sector portuario, tránsito de camiones constante, se le hace muy difícil tomarse en serio que hoy el plan sea cubrirlas de tierra, encementarlas, hacerlas desaparecer. Porque se trata de una extensión hermosa, un manto de agua enorme, que ocupa un área de varias canchas de futbol juntas, donde no hace falta ser experto para captar que ahí la vida abunda. Las aves se cuentan por cientos, a simple vista: patos, taguas, garzas, cisnes, coscoroba y cuello negro, pimpollos, siete colores, huairavos... Pareciera que están todos ahí; mientras los demás cuerpos de agua, humedales o lagunas del litoral ven disminuir drásticamente sus volúmenes por la sequía, los Ojos de Mar se mantienen robustos, plenos de vida.
Pero el plan de hacerlos desaparecer, que parece sacado del guión de un corto animado de moraleja ambientalista, es, por desgracia, una cuestión perfectamente real. Un plan concertado. Al menos desde 2012, sino antes, el municipio de San Antonio inició gestiones formales tendientes a eliminar ese punto esencial del patrimonio natural de la provincia y convertirlo en área exclusiva para el puerto. Encargó el trabajo de profesionales, de consultoras, se destinaron cuantiosos recursos para borrar del ordenamiento territorial de la comuna todo criterio de protección que tuvieran las lagunas, y así dejarles el terreno aplanado a los inversionistas portuarios para que avanzaran con sus máquinas, y convertir el hábitat de miles de aves, reptiles y mamíferos, un ecosistema único y alucinante, ¿en qué? En estacionamiento de camiones y terreno de bodegaje de containers. ¿En serio? En serio.
El 14 de mayo de 2014, por ejemplo, en sesión ordinaria del Concejo de San Antonio, seis de los ocho concejales votaron a favor de la iniciativa de modificar el plan regulador comunal. Si hasta entonces las lagunas de Llo-lleo contaban con una franja de protección mínima y eran reconocidas como tal en el ordenamiento territorial, a seis concejales les pareció correcto que eso ya no podía seguir siendo así, y que, por el contrario, era mucho más provechoso y adecuado que esa extensión de cerca de 15 hectáreas, esa verdadera reserva de vida silvestre para toda la provincia, se convirtiera en un gran patio de cemento, que el canto de los cisnes y las garzas mejor fuera reemplazado por los bocinazos de los camiones, la sonajera de las máquinas. Hoy, cuatro de esos seis concejales siguen formando parte del gobierno comunal.
De lo alucinante de la belleza natural pasamos sin escalas a lo alucinante de la idiotez humana. Hace diez años atrás, no pocos aseguraban que si no se construía Hidroaysén poco menos que el desarrollo del país se estancaría. El puerto de San Antonio puede crecer sin necesidad de engullir un punto ecosistémico tan relevante como los Ojos de Mar. Por el contrario, conservar y preservar los Ojos de Mar, con su enorme potencial en términos turísticos, culturales y sociales, es una oportunidad única para sacar la grasa del modelo de desarrollo que tenemos como provincia.
Para todos los que tenemos el corazón puesto en nuestro litoral, la defensa de los Ojos de Mar no admite reservas. Ahora.
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