Por Alberto Gulppiz
Litoralpoeta.cl
Quiero comenzar mi comentario centrándome en un capítulo del libro, tal vez uno de los más breves, que se llama: “REIVINDICACIÓN DEL SÁTIRO”.
En este capítulo, el autor se refiere al concepto de lo dionisíaco y su revalidación en el tiempo, concepto que para Friedrich Nietzsche (de quien particularmente soy un acérrimo seguidor y que Pablo también menciona en ese texto) representa uno de los extremos de una fina dualidad que se confronta con lo apolíneo, tal como el blanco y el negro, o la luz y la sombra. En resumidas cuentas, para quien desconozca de lo que se habla, Apolo y Dionisio eran deidades griegas. Apolo, el dios del sol, representaba la belleza, la pulcritud, la perfección, la lógica… Heidegger tal vez diría: el pensar pensante. En tanto Dionisio, el dios del vino, era sinónimo de fiesta, el éxtasis, la desinhibición, el sentimiento, la intuición, la locura…
Hago esta referencia justamente para hablar de Pablo Salinas, a quien genuinamente admiro, pues siento representa en sí mismo, ese delicado y frágil equilibrio entre lo apolíneo, con su enorme saber, su protocolo, su ética y su percepción de belleza; y lo dionisíaco, en su manera de vivir la vida, sin ataduras, en coherencia con los instintos. Para mí Salinas es un visionario que hace más de 30 años entendió que la riqueza real no está en lo monetario, sino que reside en la administración de nuestros intereses y tiempo.
“La tentación de la carne” es un libro que me hizo reflexionar sobre la vida, pero también que ayudó a confirmar lo que yo intuía sobre Pablo (a quien conozco hace poco tiempo, pero se ha convertido en un buen y confiable amigo), además es la prueba psicológica que valida y también confirma y resalta algunas características que me llamaban la atención de él, como su gran capacidad narrativa al contarte verbalmente cualquier tipo de historia o noticia, que además, como buen pintor, envuelve en una atmósfera llena de formas y colores, muy en sintonía con sus pinturas. Nuevamente muy entre lo apolíneo y lo dionisíaco.
Hay un proverbio chino que dice:
“El árbol retorcido vive su vida, mientras que el árbol derecho termina convertido en tablas”. Pablo es un árbol recto en algunos aspectos y retorcido en otros. Muy lejos de ser tabla.
La Tentación de narrar
Sobre lo que estrictamente nos convoca, que es el libro “La tentación de la carne”, éste se compone de breves capítulos que se dividen en dos grandes bloques:
El primero es netamente narrativo. Son entretenidas historias con tintes muy locales -de la provincia-, en donde destaco “La tentación de la carne”, título que da nombre al libro y en el cual Pablo relata el proceso que vivió y las convicciones que lo empujaron -hace ya varios años- a dejar de consumir proteína de origen animal; también destaco el capítulo que se llama “Las razones de mi retiro definitivo”, en donde cuenta cómo y porqué deja de practicar el fútbol y la implicancias de este deporte tanto en lo físico, como en lo social; y por último, el capítulo “El órgano indio”, mi favorito, que es una sabrosa vivencia de un supuesto amigo de Pablo, real o imaginario, que vive un bizarro encuentro amoroso con una diputada de la región. Está buenísimo. Léanlo.
La segunda parte de esta obra sigue siendo una suma de capítulos cortos, en los cuales Pablo da salida, a modo de trabajo ensayístico, a temáticas como la identidad nacional, el valor de los premios y/o la instrumentalización de los mismos, o el pobre acervo cultural que proporcionó a Chile la dictadura cívico militar, además del blackout que ésta significó para el desarrollo del sano pensamiento crítico y la propensión de la cultura en nuestro país. Además, dedica algunos capítulos y relata anécdotas de personajes relevantes en nuestra historia, algunos a veces ignorados, como la historía de Ramón Carnicer creador de nuestro himno nacional y la importante labor y herencia de Mariano Egaña en la construcción de Chile; recuerda también a Vicente Huidobro, el “Pequeño Dios” de Cartagena, que en su lecho de muerte elige el juego sobre la solemnidad, es decir, elige lo dionisíaco antes de lo apolíneo; y Nicanor Parra, a quien Salinas visitó en más de una oportunidad en su casa de Las Cruces, citas que no estuvieron exentas de algún entre comillas reto por parte del antipoeta, como cuando tras una poca efusiva reacción, ante la presentación de un contenido que Nicanor estaba trabajando, éste encaró a los presentes diciendo: “¿Saben lo que dice Nietzsche sobre la verdadera amistad? Que en la verdadera amistad debe haber devoción. De-vo-ción”, repitió, deletreando. No solo respeto, cariño, admiración, apoyo, sino, además, devoción”.
Con esa devoción que exige Parra aplaudo este libro, que por cierto, y también debido a la relevancia del autor en la zona, lo considero un artículo esencial en la historia creativa de este destacado terruño literario, el cual además está ideal y perfecto para ser consumido en estas vacaciones 2020, ya que es muy fácil de digerir, con esa pluma ligera y profunda, que es un símil poético de Pablo en su día a día, con esa “mezcla de ángel y bestia”, como decía Nicanor o flotando magistralmente entre lo apolíneo y lo dionisíaco, como es a mi parecer.
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