Por Pablo Salinas
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Lo que me animó desde el minuto uno a investigar y denunciar respecto al "caso Jorquera" fue la imperiosa necesidad de apuntar con un foco de luz sobre ese flagrante abuso de poder que se estaba cometiendo en la comuna. Específicamente de El Tabo, pero esa dinámica de solapado aprovechamiento por parte del jefecito de turno, el mini-patrón que se sienta en el sillón de alcalde, es algo replicable, y que de hecho se ha replicado y se replica en cualquier punto de nuestro territorio. Son las prácticas que se extienden desde hace décadas, las de los caudillos locales que se sienten blindados tras las murallas hechas de favores, acomodos y prebendas, y para las que hay que tener el lanzallamas cargado a tope.
Jorquera ahora enfrenta la querella por malversación y negociación incompatible que se aloja en el Tribunal de Garantía de San Antonio, que lo puede llevar a la cárcel. Sacarlo de la circulación política, eleccionaria, es poca cosa. Lo suyo es asunto serio, un caso de abuso y corrupción flagrante, contumaz, disfrazado bajo los ropajes de "tengo todos los papeles en orden" (cuando era él mismo quien tenía que dárselos) y "mientras nadie me diga que me detenga, seguiré como si nada"; hoy no se lo mandaron a decir con nadie, se lo dijeron de un grito, en la oreja.
Lo que viene por delante para los vecinos de El Tabo es ahora lo verdaderamente relevante. A la cabeza de nuestras administraciones locales se puede tolerar torpeza, incluso mediocridad. Pero nunca mentira, abuso y corrupción.
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