Sr. Director:
Tal es el caso del concubinato, que refiere la relación marital de dos personas sin estar casadas. Su utilización descalificadora revela el podio moral conservador de quien lo espeta, al repugnarle la forma en que terceros viven legítimamente su intimidad alejados del canon marital; también su machismo, por cuanto no deja de subyacer ese anhelo que las religiones suelen exaltar por mujeres virginales, cuyo fecundo terreno ha de preservarse inmaculado e indisputado para labranza de quien resulte su señor, cuyo dominio ejercerá una vez casados.
Pudiendo haberlo fundado, el desprecio no requiere sabiduría. Ante la falta de mayor sustancia en su crítica, el pobre recurso del desprecio personal debe alertar tanto sobre el real fundamento del despreciador, como del taburete valórico sobre el que descansa sus pies, de soberbia embarrados; escandalizándose por quienes se aman sin haberse casado, mientras que intelectualmente impúdico, al no molestarse demasiado en haber pensado. ¡Ya quisiéramos menos mácula en tantas y tantos
casados!
Atte.,
--Luis León
Cárdenas Graide,
Ingeniero Civil en Computación, Universidad de Chile
Felicitaciones...
ResponderEliminarSu redacción es solo para inteligentes y no menos sabios, esperando que lo entiendan los unicelulares le saludo Atte.
Bien por usted doña Patricia Urrutia, me uno al coro de las personas normales que hemos sudado la gota gorda para captar algo del mensaje en tono demodé rococó, casi un viaje cósmico en bicicleta, y todo para darnos por enterados que doña María Luz Astaburuaga, la concubina de mi tío Alberto, es una mujer que seguramente está sufriendo como una loca de su condición de tal, aunque lo más extraño es que a ella se le ve feliz como lombriz y disfrutando de la vida como si nada de lo que PARECIERA decirnos este articulista -tan docto y académico él- fuera cierto.
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