Por Marcela Mansilla
Recuerdo con ternura y perdón mi inocente reacción de aquel martes lluvioso de septiembre, el cual hoy conmemoramos. Lo hago con ternura, porque solo era una niña de 10 años; y con perdón, porque en ese entonces no fui capaz de dimensionar la profundidad de la tragedia que vivíamos. En ese momento fue todo tan repentino. Estaba con mis hermanos en casa de mis padres, en el corazón de la Villa Frei, en Santiago. Entonces noté a mi madre encender la televisión, y vi, perpleja y en blanco y negro, el asedio y bombardeo a La Moneda. Yo, sin entender nada, salí a compartir, con mis pequeños/as amigos y amigas, lo que había visto. Ya en la calle comencé a notar recién el ambiente opresivo y enrarecido. Pues, hubo muchos vecinos que salieron de sus casas a demostrar lo sentido. Unos, evidenciaban su indignación y dolor llorando; otros, alegres por lo sucedido, izaban la bandera riendo agradecidos.
Pasaron 5 años de ese oscuro momento. Fue en 1977 cuando comencé a comprender la complejidad de lo que había sucedido aquel 11. Pues, con mi grupo de amigos del barrio, empezamos a hablar con más fluidez sobre el tema. Y de esas conversaciones concluí que lo estaba viviendo el país no era bueno. Cuando acabé la enseñanza media supe y pronunciaba sin miramientos que estábamos en una cruel dictadura. Y pese a esta decisión, que para unos pocos de mis amigos no era correcta, los amigos del barrio seguíamos encontrándonos. Pues, todos sabíamos que más allá de la nefasta contingencia, ese pequeño barrio seguía siendo nuestro barrio.
Ya en el ’83, al cumplir los 20 años, entendía el tenor de lo que en Chile estaba sucediendo. Entendía la diferencia entre dictadura y democracia, entre libertades y opresión, entre respeto por los Derechos Humanos y su violación. Con todo, la amistad con mis congéneres por el asunto político, de apoco, se ponía cada vez más densa, pero aún manteníamos esa amistad entrañable de “amigos de barrio”. Hasta que en el verano del ’84, tras juntarme con más personas y hacerme de nuevos amigos, me rebelé a lo que sentía de corazón era una opresión barbárica y dañina. Por este motivo, me siento parte de esa juventud que se la jugó con alma y pachorra por derrocar la dictadura. No es menor que aquel año me independizara. Alejándome, repentinamente, de mi querido barrio.
Hoy, a mis 60 años. 50 años después de tan negro suceso y con mucha agua corrida bajo el puente de la vida, se de los amigos del barrio porque mi hermana y su familia viven en la casa de mis difuntos padres y, cuando voy, paso a ver a unos pocos, los que están, y con los que no están mantenemos un grupo de whatsapp, “Los cordilleranos” en el que no hablamos de política pero sí de la vida. Todos se alegraron y me felicitaron cuando salí electa concejala. Pero también encontré nuevos amigos acá, en mi nuevo y hermoso barrio Algarrobino.- Y sí, hablamos de política, de historia, chilena y algarrobina, de hace 50 años.
En resumen, quisiera finalizar con lo siguiente: como pueblo tenemos que aprender a hablar sobre nuestra historia política, con seriedad, un toque de humor (cuando se puede) y sin estridencias. Como país y como comunidad algarrobina, no podemos renegar de nuestro pasado. Necesitamos hablar sobre lo recordado.
Mi conclusión, después de 50 años, es que el único consenso ciudadano, realmente importante, es que jamás, bajo ninguna circunstancia, se puede quebrantar la democracia y violar los derechos humanos de las personas.-
Creo en la Democracia como la única forma de concebir nuestra convivencia social, debemos cuidarla, y regarla como se riega una flor.-
Democracia Siempre
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