Por Ezio Mosciatti
Domingo 28 julio de 2024 | 12:52
Durante años, y tal vez todavía, San Alfonso del Mar, en Algarrobo, se presentaba como un paraíso para descansar. Las descripciones sobre eran cautivantes.
Tomando una que podría ser neutra. Wikipedia lo describe como “un complejo residencial o centro vacacional” que “destaca por tener la piscina más extensa del mundo”. “Este recinto cuenta con 1233 apartamentos en 11 edificios, todos orientados hacia el mar y con vista a la laguna. Cada edificio cuenta con playa privada, embarcadero y piscinas.” Además, menciona “una playa con piscina templada (que además es la pirámide vidriada más grande del país)”, equipamiento deportivo, toboganes acuáticos y mucho más.
Inaugurado en 1993, San Alfonso del Mar ha sido denunciado por diversas situaciones, como afectar un humedal, tener filtraciones que perjudicaron pozos cercanos o tener piscinas que no cumplen con normativas vigentes.
En esta columna quiero abordar otro punto, que es aplicable a muchas otras construcciones, incluyendo por ejemplo infraestructura cultural. Este se refiere a concebir los proyectos, sean edificios individuales o conjuntos, como entes aislados. Proyectos donde el entorno solo se considera como un posible recurso, algo que puede dar valor, pero sin consideraciones sobre efectos negativos.
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Las fotos son de principios de este año, y este comentario, en gran medida, se basan en lo observado en ese momento.
San Alfonso del Mar
La publicidad que tuvo San Alfonso del Mar todavía se puede rastrear en redes. Fue impresionante, mostrándolo como un símbolo del progreso y la modernidad del país. Era lo mejor a lo que se podía aspirar.
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Sin embargo, San Alfonso de Mar es, también, un símbolo de los proyectos que se conciben “hacia adentro”, como un mall. No importa lo que pase al exterior, con el entorno, con el barrio o lo que los rodea. Es la negación del bien común, de la concepción de los proyectos como parte de un todo que interactúa.
Para explicar el punto anterior desarrollaré un aspecto, y dejaré esbozado otros.
Ese mar que tranquilo te baña
San Alfonso del Mar, como en la descripción anterior, ofrece una vista espectacular desde todos sus departamentos. Una vista envidiable, porque está al borde mismo del mar, sin posibilidades de futuras interrupciones. Para lograr esto, construyeron en un terreno agrícola que colindaba con el mar.
Pero esta vista al mar no significa que se relacione con el mar. Todo lo contrario. Es como si quisieran verlo, pero no interactuar con él. Uno podría pensar, maliciosamente, que no quieren interactuar con la gente que libremente puede llegar a esa playa justo frente a esos departamentos. Gente que no se conoce, que no se puede controlar y menos regular.
Entonces, el proyecto se plantea como un microclima, con “playas” propias que dan a piscinas propias, donde solo acceden personas del conjunto. Bueno, ya no solo propietarios, sino también arrendatarios, muchos de ellos a través de aplicaciones. En fin, nada es perfecto y parece que todo se degrada.
La buena arquitectura se reconoce por la calidad de su culo
“La buena arquitectura se reconoce por la calidad de su culo”, me dijo un arquitecto francés. No era una frase nueva, aunque sí la forma en que la reformulaba. Pierre estaba refiriéndose al hecho que muchos colegas se preocupan mucho de la fachada principal, y poco de las otras, menos de la trasera. Y, según él, un buen arquitecto no descuida ninguna fachada.
Ya en La Carta de Atenas, publicada por Le Corbusier y Jeanne Villeneuve en 1942, entre varios puntos, instaban a preocuparse incluso de la “quinta fachada”, es decir, de los techos.
San Alfonso del Mar tiene su propio “culo”. No es, como podrían pensar algunos, la fachada hacia la calle, donde estas once moles tapan de manera casi total la vista al mar, deteriorando a los terrenos que las enfrentan. El “culo” de San Alfonso del Mar se ve y se vive desde la playa. Es ese muro de cientos de metros que, casi siempre, impide a la gente que acude a la playa mirar hacia el complejo.
No solo es un muro sin terminaciones, inhóspito. También incluye diversas tuberías plásticas, de distintos colores, precariamente soportadas, algunas de ellas con filtraciones. Son como el shaft de un edificio, puesto horizontal y a “tajo abierto”. Es agresivo, no solo en su fealdad.
Pero lo anterior no basta. Hay una serie de monolitos, como si fueran pedestales para futuros monumentos puestos en la playa. Son, aparentemente, cámaras de alcantarillado, o de otro tipo. Puestos en la mitad de la playa, sin disimulos, como mojones.
La violencia de San Alfonso del Mar hacia lo público es una muestra de cierto espíritu, de una mentalidad, de una actitud de vida. Es una forma de relacionarse con aquellos que no se consideran parte de la propia comunidad.
Otros detalles de San Alfonso…
El conjunto ha estado, periódicamente, en los medios de comunicación por otros aspectos que pueden complementar lo antes planteado. Por ejemplo, las denuncias relacionadas al humedal que hay en el borde sur del conjunto. En breve, se habría afectado de manera significativa el humedal que ahí existe, rellenando parte de éste.
Otra denuncia es que este conjunto habría afectado diversos pozos del sector, los que terminaron con agua salina y de color café. O la congestión que provocaría, aumentado los “tacos” que caracterizan Algarrobo. Nada de lo anterior es nuevo, basta buscar en internet y las denuncias son reiteradas en el tiempo.
Pero San Alfonso del Mar puede ser un ejemplo: es un caso que muestra una actitud, una forma de actuar, donde el bien individual es mucho más importante que el de los demás, que el bien común.
San Alfonso del Mar apoya el bien común de la Ciudad de Algarrobo, pero no completamente, faltan esas terminaciones. Ahora, si Algarrobo si sigue viendo como un balneario que corrompe todo tipo de bien común, San Alfonso del Mar es un lunar, por supuesto. Entonces el mal culo que tiene San Alfonso del Mar es creer e inserir que Algarrobo es un balneario y no una ciudad.
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